Dejando Sigüenza por la Puerta del Toril, una de los accesos de la cerca medieval que aún conserva la ciudad episcopal, el Viajero cruzó un puente sobre profundo barranco natural, especie de foso que convenía a la defensa externa de la muralla, hoy poblado con algún pequeño huerto.
Ya al otro lado del puente, se adentró por un pinar hermoso y solitario, caminando senderillos casi invisibles.
Cada vez que recorre parajes como éste, el Viajero se pregunta dónde estarán los 47 o 48 millones de españoles, que nunca se cruza ninguno en estos paraísos, una suerte, por otra parte, si bien se piensa.
Iba buscando alguna roca mullida, bien tapizada de musgo, a la sombra de los pinos, que sirviera de cómodo respaldo para descansar, escribir, dormitar…
Y mientras buscaba, pensaba que en estos montes boscosos, sobre esas mismas peñas, a la vista de un castro que tal vez duerma ingorado en algún cerro vecino, cuántos pueblos habrán adorado a sus tantos dioses, unos dioses antiguos, tan antiguos que ya nadie recuerda sus nombres ni puede invocarlos, pobres dioses viejos, que eso debe ser como estar muerto, o mucho peor (para un dios), como no existir.
Pero, bueno, se replicó el Viajero, en una de ésas todavía habitan por aquí, o duermen porque nadie los llama, o esperan que alguien vuelva a creer en ellos… Además, con tanta y tanta gente que aquí ha vivido y aquí ha muerto, con tantos sepulcros y lápidas y estelas milenarias que el Viajero ha visto y hasta ha tocado respetuosamente ahí atrás, cruzando el puente, junto a la muralla y en la catedral, y en las iglesias medievales reventadas por la guerra civil, la de espíritus, fantasmas o ánimas que andarán en la vuelta, acompañando a sus dioses, que al fin y al cabo ellos sí que sabrán cómo se llamaban, no?
Así meditaba el Viajero, cada vez más metido en el bosque, cuando escuchó gruñidos y ladridos, un poco más adelante… un movimiento entre los árboles.
De pronto, dos ciervos emergen de la espesura, corren hacia él. Dos ciervos hermosos, majestuosos, que brincan sin ruidos ni esfuerzo, como si, ingrávidos, apenas rozaran el suelo. Los persigue, bastante más atrás, un perro, todo ladridos, dientes y gruñidos, sofocado pero corriendo sin parar, con todas sus fuerzas.
Los ciervos, sin detenerse, miran un instante al Viajero con esos sus ojos tan negros y húmedos, tan hondos, al Viajero, que se ha quedado de piedra…
Dos brincos, un esquive, y con grácil trote apurado los ciervos pasan junto al Viajero, uno a cada lado, dejándolo al medio. Se pierden ya en el bosque cuando el cuzco, greñoso y lenguafuera, llega a la altura del Viajero y lo elude también, malhumorado, le deja un gruñido ahogado y se aleja tras sus presas imposibles.
Al Viajero, que es versado en mitologías y leyendas, que ha visto y oído antes la escena, bordada en tapices góticos o cantada por aedos ciegos, no lo engaña un déjà vu. Sigue su camino sin mirar atrás, seguro de que el diablo perseguirá almas hasta el día del Juicio Final.
Los libros del Viajero
Leyendas de tres personajes históricos de Sigüenza: Santa Librada, Virgen y Mártir, Doña Blanca de Borbón, Reina de Castilla y El Doncel de Sigüenza. Martínez Gómez-Gordo. Centrol de Inicitaivas y Turismode Sigüenza, 1971.
Créditos
Texto e imágenes: HyP, excepto:
Ciervo atacado por una jauría de perros. Grabado de I. Griffier a partir de un trabajo F. Barlow. CC BY 4.0 <https://creativecommons.org/licenses/by/4.0>, via Wikimedia Commons. https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/9a/A_pack_of_dogs_is_attacking_a_running_stag._Etching_by_I._Gr_Wellcome_V0020449.jpg