Los Castillos de Manzanares el Real

Castillo nuevo de Manzanares el Real

Una familia linajuda

La casa de Mendoza es originaria de Álava, provincia del actual País Vasco. Fue una de las familias más poderosas del reino de Castilla durante la baja edad media, junto con los Haro, los Ayala y los Orozco, todas emparentadas entre sí y conocidas colectivamente como «el clan de los alaveses».

Todavía existe en Álava (en el concejo vitoriano de Mendoza, precisamente) un pequeño castillo o torreón fortificado del Siglo XIII, conocido como la Torre de Mendoza, antigua residencia noble de la familia construida por Ìñigo López de Mendoza, IV Señor de Llodio, quien peleó en 1212 junto a don Alfonso VIII de Castilla en la decisiva batalla de las Navas de Tolosa.

Pero sus descendientes hicieron fortuna mucho más al sur, a partir del Siglo XIV, en tierras situadas al norte de la provincia de Madrid y, sobre todo, en la provincia de Guadalajara, particularmente en la Alcarria.

Por su apoyo en la reconquista cristiana contra los moros, y su lealtad hacia los Trastámara (la familia de los Reyes Católicos) durante las guerras del Siglo XIV, varios miembros de esta familia fueron recompensados con el señorío de extensos territorios situados al norte de Madrid, a los pies de la Sierra de Guadarrama y sobre el curso alto del Río  Manzanares.

El mayordomo mayor

En 1383 Juan I de Castilla, bisabuelo de los Reyes Católicos, hizo donación del Real Sitio de Manzanares, con todas las villas y lugares que de él dependían, a don Pedro González de Mendoza. Unas tierras muy productivas, cuyo usufructo había sido tradicionalmente disputado por los Concejos de Madrid y de Segovia.

Desde 1366, don Pedro detentaba el cargo de ayo y mayordomo mayor del príncipe heredero en la corte de Enrique II, padre de Juan I.

El rey recompensaba así la fidelidad y servicios prestados por su antiguo ayo durante los últimos veinte años. Sin embargo, muy poco llegaría a disfrutar don Pedro de su nuevo feudo…

Coraje extremo…

En efecto, el primer señor de Manzanares el Real prestaría su último y más valioso servicio apenas dos años más tarde, en la batalla de Aljubarrota, último intento medieval  (estrepitosamente fracasado) de Castilla para conquistar Portugal.

Resultó que en la batalla al rey don Juan I le mataron el caballo, y don Pedro le cedió el suyo para que pudiera escapar.

El rey le ofreció subir a la grupa del caballo, pero don Pedro contestó que «Non quiera Dios que las mujeres de Guadalaxara digan que aquí quedan sus fijos e maridos muertos e yo torno allá vivo»… y Don Pedro se salió con la suya: los portugueses lo machacaron.

… y agradecimiento póstumo

Don Juan I, agradecido (no era para menos) entregó en 1386 el llamado «sexmo» de Lozoya al hijo de don Pedro, llamado Diego Hurtado de Mendoza (quien no debe confundirse con su nieto y tocayo, que noventa años más tarde comenzaría a construir el castillo nuevo; lo veremos luego)

Este territorio se desgajaba de la antigua y poderosa Comunidad de Villa y Tierra de Segovia, cuyos habitantes veían impotentes cómo menguaba su autonomía y prosperidad.

En efecto, las casi doscientas aldeas que desde el Siglo XI pertenecieron a dicha Comunidad, se habían repartido tradicionalmente en trece unidades administrativas llamadas «sexmos».

Cinco de ellos se ubicaban al sur de la sierra de Guadarrama; y uno de estos era, precisamente, el sexmo de Lozoya.

Comprendía vastos territorios, que incluían aldeas (Rascafría, Bustarviejo, Lozoya, y varias más), bosques y cotos de caza.

Su señorío se sumaba así a las posesiones que, aún en vida de don Pedro, ya habían sido concedidos por el monarca a la ascendiente familia.

Un poeta exquisito

Un nieto del heroico don Pedro (Íñigo López de Mendoza, se llamaba) recibió en 1445 los títulos de Marqués de Santillana y de Conde del Real de Manzanares, de parte de don Juan II (padre de Isabel La Católica), honores y privilegios que se sumaban a los ya por entonces numerosos de la poderosa familia.

El monarca recompensaba, de este modo, el decisivo apoyo de Íñigo y sus huestes en la primera batalla de Olmedo, contra sus revoltosos primos, los Infantes de Aragón, quienes resultaron completamente derrotados en la contienda.

Sin embargo, mucho más que por marqués o por guerrero, don Íñigo debe ser recordado por su notable producción lírica; sobresalen en ella unas diáfanas «serranillas, en las que cantaba a una pastora de Hinojosa, aldea cercana a Calatrava, frontera entre Castilla y La Mancha:

Moza tan fermosa
non vi en la frontera,
com’una vaquera
de la Finojosa.

(…)

non tanto mirara
su mucha beldad,
porque me dejara
en mi libertad.
Mas dije: «Donosa
-por saber quién era-,

¿dónde es la vaquera
de la Finojosa?»

Bien como riendo,
dijo: «Bien vengades,
que ya bien entiendo
lo que demandades;
non es deseosa
de amar, nin lo espera,
aquesa vaquera
de la Finojosa»

Finísimo poeta, el marqués… poco importa que Cervantes se burlara un poco de su estampa algo anacrónica, a medio camino entre noble guerrero medieval y refinado escritor renacentista, hasta el punto de haberlo caricaturizado, según se  dice, en su inmortal Don Quijote.

Pero la carrera ascendente de los herederos inmediatos de don Pedro «el de Aljubarrota», en el Siglo XIV, fue apenas el comienzo.

Títulos y más títulos… tierras y más tierras

Para dar una idea del poder y la riqueza que los Mendoza llegaron a acumular en la España castellana de los siglos XV y XVI, alcanza con repasar los títulos nobiliarios de nuestro poeta: Primer Marqués de Santillana, Primer Conde del Real de Manzanares, XI Señor de Mendoza, III Señor de Hita, III Señor de Buitrago…

Si bien en un principio la familia Mendoza apoyó a Enrique IV de Castilla y a su hija Juana en la guerra de sucesión que lo enfrentó a su media hermana, Isabel (llamada luego «la Católica»), tras la muerte del monarca (acaecida en 1474) el primogénito del Marqués, Diego Hurtado de Mendoza, cambió decididamente de bando y respaldó la causa de Isabel y su esposo aragónes, Fernando. 

Sabia elección: tras su victoria, los futuros Reyes Católicos otorgaron a Diego y a sus herederos el título de Duque del Infantado. Sus descendientes fueron agregando, incluso, varios más, tanto en España como en Nápoles y Sicilia, por ejemplo el de Conde (y más tarde Príncipe) de Mélito, Duque de Francavilla, etc.

Junto con los títulos nobiliarios, se multiplicaban sus posesiones… de hecho, hacia el Siglo XVI los señoríos de la casa de Mendoza llegaron a cubrir un tercio, aproximadamente, del actual territorio de la provincia de Madrid.

Un castillo nuevo

El centro del poder familiar se situaba en Guadalajara, y también en la villa madrileña de Manzanares el Real.

Y fue precisamente en Manzanares el Real donde, hacia 1475, un hijo del marqués-poeta, Diego Hurtado de Mendoza y Figueroa, decidió hacerse construir un hermoso castillo… 

Barbacana del castillo nuevo, con sus características saeteras inspiradas en la cruz protenzada (es decir, con marcas en forma de T en sus extremos) del Santo Sepulcro de Jerusalén.

Los pecados del Gran Cardenal

Quinto vástago del marqués-poeta, Pedro González de Mendoza fue un importantísimo político, mecenas y consejero real desde los tiempos de Enrique IV, y luego en la España de los Reyes Católicos.

Fue conocido como “Gran Cardenal de España” y también, sugestivamente, por el mote de “tercer rey de España”.

Detalle de una saetera de la barbacana. El diseño de las saeteras con su motivo religioso quizá obedezca al designio de Pedro González de Mendoza, uno de cuyas dignidades fue, precisamente, la de Cardenal presbítero de la Santa Cruz de Jerusalén.

La villa de Manzanares el Real fue residencia habitual de su amante, Doña Mencía de Lemos, con quien el inquieto clérigo tuvo dos hijos (de los tres que, como mínimo, se le conocen: “los lindos pecados del Cardenal”, al decir de la Reina Isabel)

Consta, de hecho, que al menos uno de ellos (Diego Hurtado de Mendoza y Lemos) nació en el castillo viejo de Manzanares, en 1468.

El castillo nuevo

La construcción del castillo nuevo de Manzanares el Real se inició hacia 1475 por deseo de Diego Hurtado de Mendoza y Figueroa, Primer Duque del Infantado (hijo mayor del marqués literato y hermano del Gran Cardenal)

Muerto Diego en 1479, y tras una breve interrupción, la obra sería finalizada por su hijo, Íñigo López de Mendoza y Luna, hacia el año 1482.

Vista exterior del castillo nuevo, cuando nos acercamos desde el SO al acceso principal. En sus orígenes, rodeando la imponente barbacana (así se denomina al primer cinturón exterior de murallas) existió un foso defensivo, salvado por un puente levadizo enfrentado a las puertas y reja del castillo. El foso, rellenado y colmatado en el pasado, no llegó hasta nuestros días.

Hasta entonces, la residencia noble de la poderosa familia había sido el castillo viejo, cuyos restos se encuentran a unos 600 m del nuevo castillo, en el lado opuesto de la villa, cruzando el puente de la Calle Real sobre el río Manzanares.

La familia se muda de castillo

En efecto, hasta entonces los Mendoza habían utilizado el conocido como «castillo viejo» de Manzanares el Real durante sus estancias en la villa.

De hecho, fue en este castillo viejo donde llegó a habitar el famoso marqués-poeta, y no en el nuevo y mucho más conocido, identificado hoy popularmente con la noble villa. 

Entre castillo y palacio

Mucho más estilizado y palaciego que la vieja fortaleza, el castillo nuevo mezcla elementos defensivos de recia raigambre medieval (como el desaparecido foso, la barbacana y los poderosos cubos esquineros) con otros notoriamente más refinados y modernos, claramente destinados a ensalzar la gloria de sus propietarios, en plena cúspide de su poder.

Destaca así la espléndida galería con vistas al embalse de Santillana, de estilo gótico decadente, la cornisa mudéjar que recorre el adarve (es decir, el camino de ronda o de guardia sobre los muros perimetrales), el patio interior rodeado por claustro renacentista de dos pisos, o las torrecillas que se elevan sobre los cubos (caballeros altos, se llaman), profusamente adornadas con bolas enmarcadas por rombos calizos.

Sobre una antigua iglesia

En el emplazamiento elegido para la erección del castillo nuevo, existió una antigua iglesia parroquial, Nuestra Señora de la Nava, construida a finales del Siglo XIII o principios del XIV en estilo románico-mudéjar.

La parroquia debió trasladarse entonces a su actual emplazamiento, la Iglesia de Nuestra Señora de las Nieves, en la Plaza del Sagrado Corazón.

La antigua iglesia, por su parte, quedó completamente integrada en la obra del castillo nuevo, siendo ampliada y remodelada para convertirse en su capilla.

Actualmente se pueden observar sus muros laterales y la arquería gótica, todo ello contemporáneo con la construcción del castillo.

Del templo primitivo se conserva el arco presbiterial y la bóveda de horno del ábside, en fábrica de ladrillo.

Luego de ampliar la antigua iglesia, devenida capilla palaciega de tres naves, se añadieron dos pisos superiores que albergaron grandes salones, donde probablemente se desarrolló la vida social y representativa de la familia señorial. Este sector del edificio constituiría, por lo tanto, la torre del homenaje.

Si bien este sector del castillo no es visitable, por tratarse del único que no ha sido restaurado, los restos de la capilla son visibles desde el adarve de la muralla, especialmente los de la arquería gótica.

Desde el adarve Norte del castillo se tienen vistas espléndidas de la Pedriza, con el fondo muchas veces níveo de Peñalara, donde la Sierra de Guadarrama alcanza su altura máxima, algo más de de 2400 m.

Restos del castillo viejo de Manzanares el Real, parcialmente desmontado a partir del año 1475 para reutilizar sus materiales en la construcción del castillo nuevo.

El castillo viejo

El antiguo castillo de Manzanares el Real sirvió de residencia noble en la villa antes de 1480, cuando fue sustituido por el castillo nuevo.

Tal vez su origen se remonte hasta el Siglo XI, en alguna primitiva fortificación hispanomusulmán de la Marca Media del antiguo Califato de Córdoba, posteriormente ampliada y modificada.

Sin embargo, la primera referencia documental que de él nos ha llegado data recién de 1346, cuando Alfonso XI de Castilla encarga trabajos de remodelación en la carpintería del edificio.

Algunos autores consideran, incluso, que los restos llegados hasta nuestros días pertenecen, en realidad, a una fortaleza construida en los últimos años del Siglo XIV, o primeros del XV, por Diego Hurtado de Mendoza, hijo y heredero de don Pedro (el de Aljubarrota)

Una verdadera fortaleza medieval

El castillo viejo fue construido con mampostería de granito y verdugadas de ladrillo.

Los restos que pueden observarse actualmente sobre un altozano, en las afueras de la villa, incluyen la parte inferior de los muros (de unos 3 m de altura, aproximadamente), las bases de tres torreones cilíndricos en las esquinas de la fortaleza, y de la torre del homenaje.

El resto del edificio fue metódicamente desmontado para reutilizar los materiales en la obra del castillo nuevo, y quizá también para evitar que pudiera ser eventualmente ocupado y utilizado por enemigos de la familia señorial. Asimismo, es posible que por razones de carácter simbólico se haya preferido conservar sólo un castillo en la villa, el nuevo, que ocupa una posición más dominante.

La vieja fortaleza, de traza típicamente medieval y carente del refinamiento o las concesiones al  lujo que se observan en el castillo nuevo, se organizaba en torno a un patio central.

Contaba con cuatro torres en las esquinas y, posiblemente, foso defensivo (actualmente colmatado)

La torre del homenaje es la de mayor tamaño y su planta es cuadrada, con casi catorce metros de lado.

Lamentablemente, no se conserva resto alguno de la puerta de acceso, que se ubicaba en el centro de la fachada este.



Los castillos de Manzanares el Real en su contexto histórico.

 

Para seguir recorriendo los paisajes de esta historia…

HyP:  

Centinelas de piedra. Fortificaciones en la comunidad de Madrid. Fernando Sáez Lara. Comunidad de Madrid. Consejería de Cultura y Deportes. Dirección de Patrimonio Histórico, 2006.

El Real de Manzanares y su Castillo. Ángel Luis López González: Diputación Provincial de Madrid, 1977.

Biblioteca COAM. Arquitectura y Desarrollo Urbano. Comunidad de Madrid: BVCM004468. Arquitectura y Desarrollo Urbano. Zona Norte. Tomo IV. Manzanares El Real.

Créditos

Texto y fotografías: HyP.

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